Piensa como soñador y actúa como realista.
Por: Jenny
A. Henríquez.
Hay que mirar hacia lo alto si queremos llegar a triunfar en la vida. No tiene ninguna valía aquel empleado que se conforma con el hecho de ser una figura importante o poseer el cargo más alto de una empresa por más suntuosa o bien pagada que esta sea y no lucha por llegar a ser socio de cualquier importante negociación.
Hay que mirar hacia las alturas, mientras se diseña
un plan que nos permita llegar hasta donde nos proponemos, de no ser así no lo
alcanzaríamos.
No desmayar en nuestro ideal no debe involucrar el
sentimiento inmodesto de superioridad, ni ese ir y venir de la fantasía que
flota entre quimeras infructuosas a cuyos devaneo se entregan gratamente los
contemplativos, ansiosos de alejarse de la realidad…la cual, a veces, podría no
ser muy grata. Pero estoy segura que, si detenerse quejosamente a contemplarla
no ofrece ningún paliativo, menos escaparnos en un camino del “soñar
despierto”.
Todo hombre podría superarse en sus realizaciones si
no limitase su ideal al posible porvenir que le augura su condición actual.
Teniendo como estímulo perenne una inhibición noble, se puede realizar el
esfuerzo, el trabajo y la oposición a las tentaciones licenciosas, con el
auxilio de una fuerte convicción.
Es necesario según reza el sabio proverbio:
“Camina con los ojos puestos en el cielo y con los
pies en la tierra”, o sea que, sin dejar de orientarnos hacia las alturas en
los momentos de reflexión que con tanto provecho prepara a la acción, debemos
caminar a pie firme por el plano de las realidades.
Ambición no siempre significa el desenfrenado deseo
del poder de la opulencia y la fama: el estudiante que se consagra en su
profesión, puede sentirse equiparado al más apto de sus maestros. Ambición
también es el deseo de llegar.
Uno de los más grandes logros de satisfacción de que
puede enorgullecerse un hombre es el de poseer una aptitud superior al
promedio, ya sea en su profesión o en cualquier otra actividad, por más molesta
que esta sea. Si impera la eficiencia, se alcanza una superioridad muy por
encima de la ganancia material que pueda llegar a obtener.
Si algunas personas talentosas, ingeniosas,
inventores han muerto en la miseria se ha debido a su carencia absoluta de
algunos de los medios esenciales para darse a valer; por lo general el concepto
de la realidad en el campo de los negocios.
Cualquier capataz, obrero de taller (valorando estos
oficios y sin restarle la importancia y la valía que merece), suele ganar cinco
veces más que un sabio de primera categoría. La actitud del primero ha
logrado acoplarse a un plan productivo realista, en tanto que el segundo se ha
excluido de tal acoplamiento, aunque no por ello hayan dejado de sentir la
vanagloria a una alta sabiduría.
Desde cualquier punto de vista que se mire, la
educación psíquica en el cultivo de la personalidad resulta, según puede verse,
el mejor medio e indispensable complemento de cualquier otro aprendizaje.
Numerosos son los doctorados en ciencias y demás que
vagan sin ocupación: sus conocimientos no tienen aplicación, la ciencia que
asimilaron en largos estudios irá languideciendo sin haberle llegado a rendir
una justa compensación, sencillamente porque han carecido de esa “energía de
carácter” que es el “ábrete sésamo” de todas las puertas, vence la
indiferencia, obtiene la colaboración ajena y recibe remuneración de lo que
concede.
Merecen nuestro respeto esas víctimas de su propia
debilidad de carácter, aunque las he mencionado como ejemplo para decirle al
lector que la propia valía íntima esta en el derecho de luchar con denuedo y
sin desmayo, con el propósito de adquirir las cualidades que dan relieve al
mérito y que nos permiten llegar a la cumbre de una meta soñada a través de
sacrificios reales.
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